¿La Madre?
En una ciudad actual, vivía una madre como muchas. Y digo madre porque, aunque suene raro, entre sus muchos quehaceres, ser madre era el principal. Sin duda que también había sido esposa, pero la muerte había truncado esta danza llevándose a su amante. Por supuesto que, en esta sociedad
consumista, la mujer tenía que trabajar duro para sostener a su racimo de hijos. Y al verse libre, y al mismo tiempo atada, le surgieron sueños y empezó a disfrutar ciertas fantasías santamente obscenas, cosas que había deseado, y otras que hoy apenas descubría. Empezó a vivir su propia vida, eligiendo lo que quería o podía hacer, ya no para evitar conflictos, ya no para darles gusto a otros, ni siquiera porque pensara que era su obligación. Absorta en su reciente libertad, no percibió en qué momento se iban infiltrando en ella miedo y culpa — ¿Y si algo pasa a mis hijos mientras estoy viviendo mi vida? Todo parece en orden pero ¿Por cuánto tiempo? “Es sabido que tienes que ser madre de tiempo completo para que los hijos no tengan accidentes y sobre todo para formar gente de bien… ”
Un día de verano un sueño profundo la sobrecogió. Y completamente dormida se dirigió al cuarto de sus hijos reclamando hostilmente: “Niños malagradecidos, cómo se atreven a vivir bien sin mí… y yo preocupada”.
La mujer estaba todavía pronunciando su reprimenda, cuando el más pequeño se rueda de la cama e irrumpe en llanto. La madre toma solicita entre sus brazos al pequeño sin cuestionarse cómo había llegado a esa habitación. Con profundo amor lo acurruca y entona una canción de cuna. En silencio promete estar siempre a su lado. No volver a dejarlos. Bastará con trabajar medio día y buscar trabajo desde casa. Y, por supuesto, olvidar esas tonterías de estudiar, de crecer y tal vez amar.
Por la mañana no recuerda lo sucedido la noche anterior y una lucha interna la escinde. Tiene la extraña sensación de haber tomado la determinación de dejarse morir. Por otro lado, la vida le llama y su cuerpo sensible clama por vivir. Y así, está hoy dividida entre una absurda promesa que no recuerda y que nadie le pidió, y la voz de su corazón ardiente que le exige vivir. Esa noche la madre se duerme rendida, pues el trabajo de ese día había sido inusualmente agobiante. Y como la noche anterior, la mujer se levantó completamente dormida y se dirigió al cuarto de sus hijos...
—¡Malditos niños, me amarran, me
presionan, me roban la calma. Los siento
como un lastre que debo cargar y pesa. Son
un obstáculo que me impide llegar a donde
debo; a donde quiero llegar! —
—¡Y tú, desgraciado esposo, cobardemente
te marchaste ¿al cielo? evadiendo, tu
responsabilidad! Y dejando mi cuerpo solo! —
¡Hay momentos que siento odiar la vida y
quiero morir!
Niños, mis niños... No puedo dejar de sentir esta amalgama de coraje, y amor que me confunde y me agota. Sus manitas, son mis cadenas; sus lágrimas mi dolor. Sus demandas mi desesperación. Y su amor, su bendito amor, es ancla y estrella que lo mismo me obliga a pisar tierra que me lleva a
sentirme alumbrada desde la inmensidad...
¡Niños malditos, niños benditos, benditos
niños! tengo tanto miedo y me siento tan
cansada que no sé cómo podré continuar,
continuar... si, ¿continuar? —
La noche había escupido una verdad que la madre se esforzaba en negar. Irónicamente mientras la verdad asomaba parecía irse alejando de ella una sombra pesada e iba llegando en su lugar una paz violeta. Rendida, la mujer se acurruca en la cama de uno de sus hijos a quien abrazó. Su cuerpo fue soltando esas culpas, miedos y mandatos que desde siglos nos han ido trenzando en nuestras células hambrientas de amor.
Al día siguiente, se sorprendió al encontrarse fuera de su cama. Pero no recordó lo sucedido y
pensó: —Seguramente Eduardo lloró y me he quedado dormida al venir a consolarlo. —
Esta vez no había lucha interna que le escindiera; se sentía muy bien. Ahora sólo había fuerza y determinación. La determinación de vivir su propia vida, a la vez que dar a sus hijos lo mejor, sí lo mejor, pero sin traicionar esa exigencia profunda que le pide vivir, vivir plenamente….
Cuento ¿La Madre? del libro Caminando hacía la luz de Silvia Graciela Moreno López
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