Como terapeuta muchas veces recibo parejas que manifiestan que sus encuentros sexuales se han vuelto rutinarios; que con los años ha disminuido el deseo y el placer. 
     Siendo tan recurrente esta situación, muchos piensan que este es el curso natural e irremediable de la vida en pareja. Varias veces me han preguntado ¿Qué provoca la disminución del erotismo si en una primera etapa la relación sexual
se caracterizaba por ser frecuente y excitante? Por supuesto la respuesta varía de una pareja a otra y
casi siempre es multifactorial. Aquí me voy a referir especialmente a causas culturales, algunas de las
cuáles son tan recurrentes que se han vuelto invisibles por considerarlas ‘naturales’. 
     Como un primer aspecto, quiero señalar que solemos confundir amor con enamoramiento. Esta confusión se ha  esforzado constantemente desde los tradicionales cuentos con su “se casaron y vivieron felices para siempre” hasta las modernas telenovelas y películas con sus finales rosa.
     Este modelo idealizado de ‘amor’ agudiza el desencanto que suele acompañar cuando termina el enamoramiento, a la vez que dificulta que asimilemos un concepto realista de la vida en pareja y sobre todo del amor maduro.
      Por otra parte, resulta indudable que la doble moral imperante lejos de favorecer la vida plena de la pareja y encuentros amorosos, abona al desencuentro. Aunque todos lo sabemos parece que olvidamos que constantemente estamos escuchando y viendo mensajes de una sexualidad sexista y castrante.
     * En los hombres se exalta la práctica sexual (básicamente genital) y se reprime, o al menos no se propicia en ellos la aceptación y expresión de sus sentimientos; en especial la ternura y el amor.
     * Por lo contrario, la socialización femenina sigue acentuando una idealización súper romántica y reprime los impulsos sexuales.
      Esta forma de educar ha sido ancestral y se ostenta como natural, pero personalmente me parece desafortunada porque fragmenta, incluso  cercena, a ambos sexos en una parte esencial. A
los hombres se les enseña a vivir el sexo genital, ignorando su sensibilidad y a las mujeres a amar y
dar ternura sin sexualizar.
      Con esta forma de educación restrictiva entorpecemos, para ambos sexos la posibilidad de una vivencia integral y plena de su sexualidad. Bajo esta perspectiva, no es de extrañar que muchas mujeres parecieran no verse a sí mismas como seres sexuados y excluyan sus propias sensaciones eróticas. En contraste, muchos hombres se consideras muy activos sexualmente, pero desconocen su capacidad de recibir y proporcionar ternura y amor. 
     Eso conduce más al desencuentro que al encuentro porque por esta educación reduccionista muchas mujeres buscan hombres amorosos, detallistas tiernos y cariñosos pero poco sexuales. En contraste, los hombres buscan mujeres sexys, cachondas, pero que no exijan detalles, ternura, palabras ‘cursis’... 

Texto tomado del libro Sexo con Alma de Silvia Graciela Moreno López
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